Día 2: Crecer duele y madurar cuesta
Supongo que todos tenemos el recuerdo aquel de siendo niños anhelar ser mayores. Pero la pregunta que no reflexionabamos era de ¿para qué?. En los años de niñez seguramente nos ganaba el deseo de emancipación, de querer autogobernarnos y no tener de recibir o acatar órdenes, sean de nuestros padres, maestros o cualquier adulto a cargo. Luego en la adolescencia estiraríamos esa jerarquía al límite. No fue sino de adultos que nos dimos cuenta que crecer cuesta. Que no solo es cuestión de ganar autogobernanza sino que eso venía de la mano con la imperiosa necesidad de conseguir recursos para la sobrevivencia y que, tarde o temprano debíamos estar a cargo o al mando de algo o alguién. Entonces y solo entonces fue que entendimos a nuestros padres, maestros y demás adultos. Quizá si nos hubieran alertado de esos costos, no habría sido tan dolorosa la transición, o quizá no. Lo cierto es que, a menos que sufran del sindrome de Peter Pan, a todos nos toca crecer. A las mujeres de hecho, la so