Dia 1: La crisis del COVID-19

Las primeras nocias del virus se supieron hacia finales de noviembre de 2019, cuando los medios de comunicación internacionales daban cuenta de un virus en una localidad de China, que para ese momento no se conocía a ciencia cierta su origen. Para diciembre el virus se había propagado a varios países en Asia y Europa, en dónde los muertos de contabilizaban por miles diariamente. Acá, al otro lado del charco, sucedía que en octubre de ese mismo año, el Ecuador estuvo convulsionado por las protestas sociales e inciaba el 2020 con prespectivas económicas y sociales nada alentadoras, todos los organismos pronosticaban decrecimiento para la economía. Entonces, para terminar de empeorar la situación, hacia finales de febrero de 2020 se reporta el primer caso de covid-19 en el país, y según los medios, el mismo había sido introducido por una ciudadana que había ingresado desde Europa por el aeropuerto de Guayaquil. Lo que siguió a ese anuncio sobrepasa cualquier ficción de película o crónica de guerra, el 16 de marzo las autoridades declararon el Estado de excepción en todo el país. Guayaquil fue la plana de medios internacionales por las muertes y el mal manejo que se dio a esa crisis. Pagaron la deuda de bonos incluso de manera anticipada y luego no había plata para pagar a medícos y servidores públicos. Durante los meses de marzo, abril y parte de mayo se vieron las escenas más desgarradoras. A pesar de las medidas de contención en otras ciudades, obviamente el virus se diseminó al resto del país. A día de hoy, 19 de agosto, llevamos ya 5 meses de confinamiento, aunque a partir de junio las medidas fueron flexibilizadas, de todas maneras los negocios, las instituciones y las empresas aún no reanudan sus operaciones al 100%. Es una situación terrible en todo el mundo, pero sobre todo ha golpeado con fuerza a los países de América Latina como Brasil, Ecuador o Perú. Lo más lamentable es que, gobiernos como el ecuatoriano o el brasileño no ha sabido liderar esta situación y afrontar la crisis, todo lo contrario, varias medidas adoptadas parece que fuesen con la intención de cuasar daño en la población, como aquello de decretar la libre movilidad por el feriado del 10 de agosto, hecho que mandó al traste todas las medidas tomadas con anterioridad. Es muy triste ver cómo la pobeza y la mendicidad aumentan cada día y pareciera que estamos en un callejón sin salida, sin esperanzas. Para agrabar la situación, ha iniciado el período electoral y el ofertillo de las campañas electoriales está cada día más insufrible. La crisis económica y social que vendrá luego de la crisis sanitaria será muy fuerte, peor aún que la crisis de 1999. Pero de dicha crisis salimos con la dolarización y en parte la migración de buena parte de la población. De esta crisis no tenemos la opción de otra moneda y migrar es cada día más complicado. Más tengo fe en la gente de a pie, en aquella que mal o bien sabe cómo sobrevivir día a día, si de algo estoy segura es que de hambre no nos hemos de morir. Espero que los negocios y la economía se vayan reactivando y que las cosas mejoren, algún día. Son ya 5 meses sin ver personalmente a la mayor parte de la familia y sobre todo a mis padres, lo siento más por ellos que por mí, yo sé que a ellos de afecta mucho más esta situación.

Del baúl de los recuerdos: las vacaciones escolares

Hasta el día de hoy, de julio a octubre son las vacaciones escolares, mismas que coinciden con la época de verano. Durante esos meses, mis padres solían enviarnos - a mis hermanos y a mí- donde la abuela, en un poblado en la sierra centro, -al que llamo el Macondo ecuatoriano-, donde hacíamos una especia de campamento. Los recuerdos de aquellas vacaciones suelen ser buenos, visitaba a los primos y solía conocer alguna nueva amiga. Las cosas que no me gustaban eran: el frío extremo, tener que dormir y levantar temprano y la falta de infraestructura básica que dificultaba las acitivades diarias. Esa dinámica la viví hasta el verano de 1998, y veía la situación con ojos de inocencia. Hoy con más elementos de juicio me doy cuenta de la precariedad de aquellas "vacaciones". Luego, a partir de los 15 años y durante 4 veranos más, mis vacaciones las pasaría trabajando en la librería más grande de la ciudad, si trabajo y tengo mis propios ingresos desde entonces. No fue sino hasta bien entrada a la madurez que no me había cuestionado lo que de verdad significaba estar de vacaciones. Y ahora, casi 21 años despúes, he llegado a la conclusión de que ese es un privilegio que muy pocas personas tienen. Aún los niños. Tomarse un descanso de la rutina debería ser una especie de ritual, para tomar un respiro y luego continuar. El confinamiento nos ha quitado hasta ese pequeños deleite, el poder cambiar de ambiente o incluso visitar a nuestros familiares, sobre todo a los más mayores.

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