Día 2: Crecer duele y madurar cuesta

 Supongo que todos tenemos el recuerdo aquel de siendo niños anhelar ser mayores. Pero la pregunta que no reflexionabamos era de ¿para qué?. En los años de niñez seguramente nos ganaba el deseo de emancipación, de querer autogobernarnos y no tener de recibir o acatar órdenes, sean de nuestros padres, maestros o cualquier adulto a cargo. Luego en la adolescencia estiraríamos esa jerarquía al límite. No fue sino de adultos que nos dimos cuenta que crecer cuesta. Que no solo es cuestión de ganar autogobernanza sino que eso venía de la mano con la imperiosa necesidad de conseguir recursos para la sobrevivencia y que, tarde o temprano debíamos estar a cargo o al mando de algo o alguién. Entonces y solo entonces fue que entendimos a nuestros padres, maestros y demás adultos. Quizá si nos hubieran alertado de esos costos, no habría sido tan dolorosa la transición, o quizá no. Lo cierto es que, a menos que sufran del sindrome de Peter Pan, a todos nos toca crecer. A las mujeres de hecho, la sociedad nos obliga a asumir obligaciones y madurar antes que nuestros pares hombres. Ah! que por cierto crecer no es lo mismo que madurar. 

No ahondaré en las diferencias entre crecer y madurar, más quiero señalar que muchos psicologos hablan de la crisis de la madurez y parece ser que es algo inevitable. Y, sin lugar a dudas que todos hemos crecido en estatura, en años, en experiencia, pero realmente he visto a pocos conocidos pares o mayores que en realidad hayan madurado. Claro que alguno dirá que son diferentes ámbitos de la vidad, pero sobre todo y está de moda hablar de aquello que se denomina inteligencia emocional. Personalemente, las experiencias vividas durante el último año me han llevado a madurar de manera acelerada y de paso comprender que es necesario un autoexamen de vez en cuando. Esto para recalibrar si nuestra edad física corresponde con nuestra edad mental y emocional. Por lo cual, crecer en última instancia es inebitable, independientemente de que sepamos el para qué, pero más vale que vaya de la mano con la madurez. No vaya a ser que sigamos pensando que seremos jóvenes eternamente, los años pasan por nosotros y no hayamos madurado lo suficiente, porque nos cuesta. No precisamente en términos monetarios, que sería lo más fácil; sino en tiempo y en esfuerzo.

Del baúl de los recuerdos: infancia misionera

Cuando tenía alrededor de 7 años la profesora de la escuela nos preguntó que ¿qué ibamos a ser de grandes?. A lo cual, ingenuamente le dije que misionera. La profesora me miró, se río, y luego me dijo que eso no era una profesión, que debía pensar en algo serio. Extraña respuesta ahora que lo pienso. Mi respuesta no era tan rebuscada, puesto que en aquellos tiempos solía asistir a un grupo de niños los jueves que se llamaba infancia misionera, y era una especie de catesismo pero más liviano. Quienes lideraban esos grupos eran misioneras mexicanas y yo quería ser como ellas. Cuando dejé de ser infante, durante mi adolescencia pasé a ser animadora; es decir, a liderar el grupo de niños. Un par de años más tarde pasé a ser coordinadora; es decir, a liderar al grupo de animadores. Volviendo a la respuesta dada a la maestra carente de pedagogía, ahora pienso que nunca abandoné esa idea de ser misionera, lo único que hice con el paso del tiempo fue refinarla. He viajado por muchos lugares y eso me ha permitido tener una perspectiva más amplia de muchas situaciones. Y ahora que soy docente, sigo pensando que el mundo necesita misioneros. Pero ya no de los que dan catesismos, sino sobre temas cientítificos y sociales. Alguién debería enseñar a la gente a ser menos crédula, sobre todo a creerles menos a los políticos y a detectar embaucadores.

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